AL1718D9019

Información sumaria. Diego de Olivares, abogado de la Chancillería de Granada, contra Fernando Guirao, Pedro de la Serna, y Agustín de Molina Góngora, vecinos de Vélez Rubio, sobre las heridas que hicieron al susodicho Diego

Fecha1718
LocalidadEspaña, Almería, Vélez Rubio
ProyectoHISPATESD: Hispanae Testium Depositiones. Las declaraciones de testigo en la historia de la lengua española. 1492-1833
FinanciaciónMINECO/AEI/FEDER/UE: FFI2017-83400-P, 2018-2021
ArchivoArchivo de la Real Chancillería de Granada
ID del manuscritoARCHGR 10390/12

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Y después que estuvieron en conversación algún rato el dicho escribano y el hermano de la testigo, siendo ya después de las nueve de la noche, se fueron los dos juntos a la calle. Y discurre la testigo que iría a ver al dicho preso y, siendo ya algo más tarde, se fueron a recoger, subiéndose doña Juana de Olivares, su hermana, con su marido, José de la Serna, a su cuarto. Y doña Rosa de Olivares, asimismo hermana de la testigo, cerró la puerta de la calle y puso la llave en la ventana que está inmediata a dicha calle, para que cuando viniese el dicho su hermano la tomase y abriese. Y se entraron a recoger a su cuarto, y la testigo se acostó, y la dicha doña Rosa se quedó todavía en pie medio desnuda, a cuyo tiempo oyó la testigo una voz en la calle. Y, pareciéndole ser pendencia, le dijo a la dicha doña Rosa, su hermana: Atiende qué es eso que hay en la calle; a que le respondió: También he oído yo esa voz. A cuyo tiempo sintieron las dos que su hermana doña Juana se había levantado de la cama, y preguntó a la testigo y su hermana: ¿Ha venido hermano? Y diciéndole que no, se asomó a la ventana, y inmediatamente, oyeron decirle: José, hermano es. Y entonces la dicha doña Rosa fue a abrir la puerta de la calle, y la testigo, viendo esto, se empezó a vestir para ver qué novedad había habido. Y cuando la testigo salió de su cuarto ya estaba abierta la puerta de la calle, y el dicho José de la Serna había salido desnudo a ella, y la testigo hizo lo mismo, y vio que el dicho su hermano estaba junto a la casa de don Cosme Sánchez, que vive inmediato a las casas de la testigo. Y el dicho José de la Serna, su cuñado, le empezó a llamar, y viniéndose hacia sus casas vio la testigo al dicho su hermano, que traía toda la cara llena de sangre, y lo entraron adentro a reconocer las heridas que traía, las cuales estaban en la cabeza. Y le preguntaron inmediatamente que quién le había herido, o qué embarazo había tenido, lo que no permitió decir. Y la testigo, con la turbación y pesadumbre que tenía, no atendió a otras circunstancias. Y a breve rato concurrió a dichas sus casas el dicho don Cosme Sánchez, diciendo había dado cuenta a Agustín de Molina Góngora, alcalde ordinario, para que averiguase lo que había pasado en dicha razón. Y asimismo hace memoria la testigo haber concurrido Juan del Castillo, Juan Antonio Pérez, Alfonso de Molina el menor y el dicho don Antonio Caparrós; y dispusieron el buscar cirujanos que curasen al dicho su hermano. Y en este intermedio tiempo, discurriendo José de la Serna, cuñado de la testigo, quién podría ser el que había herido y maltratado al dicho su hermano, se arrojó a tomar una escopeta larga para ir a buscarlo. Y, habiendo llegado el dicho alcalde y otras personas, que le parece a la testigo fueron Diego Conella Ybáñez, alguacil mayor, y Alfonso de la Serna, hermano del dicho su cuñado, estos procuraron sosegar al dicho José de la Serna para que no saliese a la calle. Y, atendiendo el susodicho a lo que la justicia le mandaba, reparó que el dicho José de la Serna estuvo hablando en secreto con el dicho alcalde, que la testigo no pudo percibir palabra alguna de lo que dijeron. Y, habiendo venido un químico que anda en estos contornos, que en dicha ocasión se hallaba en esta villa, y asimismo Vicente Lentisco, cirujano de ella, estos curaron al dicho su hermano. Y después de haberse ya ido toda la gente a recoger, estrechándole las hermanas de la testigo al dicho don Diego de Olivares para que dijese qué persona le había herido, le oyó decir había sido Fernando Guirado, y al día siguiente oyó decir públicamente que quien había dado las cuchilladas al dicho su hermano era el dicho Fernando Guirado. Y hace memoria la testigo que la dicha noche, después de estar curado el dicho su hermano, echó mano a la faltriquera a sacar la caja de plata que tenía y, no hallándola, le dijo a la testigo que saliese a la calle a buscarla, porque al tiempo que lo hirieron tenía los calzones caídos por estar en una diligencia corporal, y que donde la hallaría sería más abajo de las ventanas de dichas sus casas. Y con efecto la testigo tomó una luz, y en el sitio que va referido halló la dicha caja. Y por una de las personas que habían concurrido dicha noche se trajo la montera del dicho su hermano, que vio la testigo que es de paño negro de Segovia, la cual tenía en el casquete de ella una abertura como de dos dedos de largo, al parecer hecha con espada. Y asimismo vio la testigo el gorro que tenía puesto, que es de tafetán negro, que también tenía en un lado de él una abertura que hacía un medio círculo, que su largo era de un dedo poco más, que es lo que puede decir, y responde. Y a breve rato, estándose desnudando el testigo, su mujer oyó voces en la calle junto a las ventanas, y le dijo al testigo: Voces dan en la calle, ¿qué será?. Y el testigo le dijo: A ver, escucha. Y en esto oyó decir: Amigo don Cosme, que me han muerto, y al salir el testigo a la calle llamaron a la puerta. Y diciendo: ¿Quién es?; dijo el que estaba a la parte de afuera: Amigo, don Diego de Olivares es. Y entonces, con presteza acabó de abrir dichas puertas, y vio el testigo al dicho don Diego con la capa en la cabeza asida con las dos manos, y le vio el testigo la cara llena de sangre, que parte de ella cayó en los umbrales de sus puertas. Y entonces el testigo le dijo: ¿Qué es eso, hombre? A que respondió: ¿Qué ha de ser?, que un traidor me ha muerto. Y el testigo le preguntó: ¿Por dónde ha ido?, y le respondió el dicho Olivares: Hacia el mesón echó huyendo. A cuyo tiempo concurrió Juan del Castillo, vecino de esta dicha villa, que vive inmediato a las casas del dicho don Diego y del testigo. Y, viendo el ruido que había, se llegó a reconocer lo que era, diciendo: ¿Qué ha sido esto?. Y diciéndole cómo se hallaba herido el dicho don Diego dijo: Por ahí va, hacia la calle del Meson un hombre, que yo he pasado junto a él hombro a hombro. Y no oyó el testigo otras razones que dijese el dicho Juan del Castillo, solo que le pidió al testigo la escopeta, que sacó en la mano al tiempo que abrió dichas puertas, y partió a seguirlo. Y el testigo se fue tras de él para si se ofrecía algo al susodicho, y habiendo andado como veinte pasos, poco más o menos, se volvió atrás para recoger al dicho don Diego, que cuando llegó ya habían salido sus hermanas y José de la Serna a la calle. Y entonces, para poner cobro al dicho reo, pasó el testigo a casa de Agustín de Molina Góngora, alcalde ordinario, a darle cuenta de lo que había pasado, y antes de esto dio orden para que se llamase cirujano que curase al dicho don Diego. Y llamó a las puertas de dicho alcalde dando diferentes golpes y, habiéndose enterado desde la parte de adentro, dijo que ya salía. Y a este tiempo, oyendo los golpes, don Antonio Caparrós se asomó a la ventana y le preguntó al testigo: ¿Qué ha sido eso?, Y, habiéndole enterado del suceso, salió también a la calle y vino a las casas del dicho don Diego, donde concurrió asimismo el testigo, y vio al susodicho, y le consoló diciéndole: Ya vendrá el cirujano, que está avisado, y el alcalde para que pongan remedio a todo. Y, haciéndole el testigo algunas preguntas de qué persona presumía o sabía le había dado las dichas heridas, a que respondió el susodicho que no sabía quién era. Y, repreguntándole qué señas tenía, dijo, según se acuerda el testigo, que tenía medias negras y que era mediano, de cuerpo rehecho, y le encargó al testigo le trajese a un hombre químico que se hallaba en la ocasión en esta villa, que este anda en los contornos de ella curando. Y por darle gusto pasó el testigo a buscar al dicho químico en compañía de Antonio López de la Hoz, al cual trajeron para que curase al susodicho. Y a este tiempo ya había concurrido el dicho alcalde, alguacil mayor y otras muchas personas de que el testigo no hace memoria, solo la hace de que ya había venido Vicente Lentisco, cirujano, a quien había enviado a llamar, el cual estaba recurando la cabeza al dicho don Diego. Y, viendo al dicho químico, se apartó y le curó este. Y, preguntándole el testigo al dicho don Diego: ¿Cómo ha sucedido esto en tan breve rato que ha que nos apartamos?; a que le dijo: Amigo, precisándome hacer una diligencia corporal, me arrimé más abajo de las ventanas de mi casa a ejecutarla, y estando en ello salió el hombre que va mencionado detrás de un descubierto que está más abajo de dichas casas, que consideré me estaba aguardando, y empezó así que me vio en dicha diligencia a darme cuchilladas, que parte de ellas recibí en el brazo, y por haberme liado la capa en él no me lo hirió, solo me lastimó, cuyo brazo vio el testigo acardenalado porque se lo mostró; y queriéndole asir me dio la cuchillada en la cabeza, de que me sentí herido, y le dije: ah, traidor, que me has muerto, y me fui a valer del favor de usted, señor don Cosme. Todo lo cual sintió el testigo entrañablemente por ser su amigo. Y asimismo vio la montera del dicho don Diego, la cual en el casquete de ella tenía una abertura, al parecer de dos dedos de ancho, y estar hecha con espada, lo que refirió el dicho químico ser cierto, que es lo que sabe, y puede decir, y responde.

Legenda:

Expansión • ConjeturaTachado • AdiciónRestitución • Sic


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